Atacó en la bajada de Sarasola y realizó trece kilómetros a cara de perro hasta la meta. Tiene 23 años, fue profesional con el equipo Envalira y el año pasado finalizó segundo en Asteasu

Eduard Prades es un nombre que dentro del campo aficionado solo les suena a quienes siguen muy de cerca esta categoría. El vencedor de la clásica de Aiztondo es uno de esos corredores que para tener 23 años, cumplirá 24 en agosto, acumula muchas historias. Prades, nacido en Alcanar (Tarragona), terminó segundo hace un año en esta misma prueba, solo que entonces se salía de Zizurkil para finalizar en Asteasu, lo que quiere decir que el final de carrera no tenía nada que ver con el de ayer, con llegada en Villabona.
Corre en uno de esos equipos que lleva tantos nombres en su maillot que termina por no distinguirse ninguno. Realizó una de esas exhibiciones que llevan a pensar dos cosas: o bien está en un gran estado de forma o es uno de esos ciclistas que en ciertos terrenos rueda con maestría.
Su equipo se llama AJ Tarragona-Mopesa y lo dirige uno de los directores históricos del ciclismo aficionado de este país, del ciclismo catalán, Antonio Pineda.
Prades atacó en el descenso de la sidrería Sarasola que conduce hasta Asteasu por la trampa que se organiza detrás del polígono industrial. En realidad salía de una encerrona para meterse en otra y realizaba trece kilómetros de carrera primorosos, con un grupo perseguidor siempre cerca, que le veía, le oteaba en el horizonte, que le tuvo a diez segundos, pero no fue capaz de darle alcance.
Prades terminaba imponiéndose en una carrera que no conoció tregua, impregnada de incertidumbre, en la que no se veía quién podía ganar, no al menos hasta que Caja Rural reventó a todo su equipo para defender al líder de la Copa de España, Javier Moreno, que entró en el grupo perseguidor de Prades, a cinco segundos, junto a otros trece ciclistas.
Se desenvolvió con holgura en un recorrido en el que hay que tener habilidad, destreza. Puede que la adquiriese en los tiempos en los que perteneció a la Agrupación Excursionista Alcanar, cuando practicó senderismo, escalada y barranquismo. Allí aprendió a convivir con el riesgo. Quizá también afloraron en él los recuerdos de Mireya, una persona a la que estuvo muy vinculada y que falleció muy joven.
O puede que su paso por el equipo de categoría Continental Envalira no le dejase un buen recuerdo. Demasiadas cosas juntas para un ciclista que ya ganó una prueba de la Copa de España hace un año, el Gran Premio Macario, y al que le gustaban otras dos carreras de este Trofeo, la Clásica de Aiztondo y el Premio Santa Cruz, de Legazpi.
La primera de ellas ya la ha ganado. Ha empezado la temporada tarde. Sus ilusiones son las mismas que las de la gran mayoría de los chavales que tomaron la salida: «Si sigo en esto es para intentar pasar a profesionales», nos explica mientras iba cambiándose de ropa.
Cuando quedó segundo en esta misma clásica hace un año corría en el Azysa. Quiere disputar la Copa de España y piensa ya en el Memorial Valenciaga y en Legazpi.
La Clásica de Aiztondo se convirtió en sus últimos 50 kilómetros en un tobogán de ataques con nombres como Holgado (Extremadura), que sobrevivió a una escapada de cuatro corredores que estuvo durante la primera parte de la prueba por delante y en la que estaban también Aitor González (Debabarrena), Diego Rubio (Ávila) y Mikel Ilundain (Azysa).
Después de la paliza que se pegó Caja Rural para anular esa fuga hubo ataques de David González (Azysa), Sergio Míguez (SuperFroiz) o José Aguilar (Andalucía), hasta que llegó el zambombazo de Prades, ese triunfo que no solo es importante por la trascendencia de donde lo consiguió, sino por cómo lo hizo. Prades tiene querencia con el valle de Aiztondo

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